Las
masacres cometidas en retaguardia fueron el factor principal de la progresiva
pérdida de apoyo de unas potencias occidentales en principio recelosas ante un
bando rebelde apoyado por Mussolini y Hitler. “Blood, blood, blood!” fueron las
palabras que un asqueado Churchill espetó en Londres al embajador republicano
Pablo de Azcárate. En su investigación La financiación de la guerra civil
española, que mereció el Premio Nacional de Historia de 2013, José Ángel
Sánchez Asiaín, presidente del Banco Bilbao Vizcaya y miembro de la Real
Academia de la Historia, explicó que el espectáculo de los asesinatos,
incendios y saqueos en Madrid y la huida a la zona rebelde de gran parte de la
clase financiera y empresarial española fueron determinantes en la negativa del
mundo financiero extranjero a conceder créditos al Gobierno republicano, como
ya había temido el presidente Alcalá-Zamora durante los caóticos meses
frentepopulistas previos a la guerra.
Consciente
de este grave problema, al enterarse de la matanza de la cárcel Modelo de
Madrid, perpetrada el 22 de agosto de 1936 a dos kilómetros de la sede del
Gobierno, Indalecio Prieto exclamó: “La brutalidad de lo que aquí acaba de
ocurrir significa, nada menos, que con esto ya hemos perdido la guerra”. En esa
matanza de varias decenas de presos cayeron, junto a algunos militares
detenidos por su participación en la rebelión, otros militares inocentes y
varios diputados derechistas y republicanos moderados, algunos de los cuales
estaban en ella como medida de protección sugerida por las mismas autoridades
republicanas. El más destacado fue Melquíades Álvarez, expresidente del
Congreso, fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata, republicano y
masón.
En
Málaga, las izquierdas asesinaron a 3.406 personas entre mediados de julio de
1936 y principios de febrero de 1937
Algo
similar sucedió el 25 de septiembre y el 2 de octubre en el puerto de Bilbao a
bordo de los barcos-prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi. Con la excusa de la
ira popular debida a unos bombardeos, los milicianos y marineros izquierdistas
asesinaron a más de un centenar de presos, la mayoría de los cuales fueron
arrojados al agua. Uno de ellos fue el exdiputado liberal Gregorio Balparda,
encarcelado por negarse a participar como abogado en juicios amañados contra
los militares sublevados. Tres meses más tarde, el 4 de enero, fueron
asesinadas en las cárceles de Bilbao cerca de trescientas personas, bastantes
más que las víctimas del bombardeo de Guernica, si bien no tuvieron un Picasso
que las inmortalizase. Lo que más horrorizó al peneuvista Telesforo Monzón,
consejero de Gobernación del gobierno autónomo, no fueron los asesinatos,
algunos de ellos previa tortura, sino el posible eco exterior: “¡Qué dirán de
nosotros los ingleses!”. En otro barco-prisión, el Alfonso Pérez, anclado en
Santander, fueron asesinadas 156 personas el 27 de diciembre de 1936, también
con la excusa de una represalia por un bombardeo nacional previo que había
provocado varias decenas de víctimas civiles.
Estas
matanzas, sin embargo, fueron calderilla en comparación con lo sucedido en otros
lugares. En Málaga, por ejemplo, de julio de 1936 a febrero de 1937 fueron
asesinadas 3.406 personas, meticulosa cuenta compuesta por Antonio Nadal
Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga (La
guerra civil en Málaga, 1993). Entre esos asesinados hubo militares, civiles y
religiosos, la mayoría de los cuales, como en los casos de Santander y Bilbao,
no habían participado en el Alzamiento. La represión de los vencedores en
Málaga, entre 1937 y 1940 causó más de 2.500 muertos, muchos de ellos
implicados en las matanzas anteriores. Mientras honran a éstos, los partidos de
izquierda se oponen a cualquier homenaje a los primeros. En la cercana Ronda,
su famoso tajo, que aparece en tantas películas, anuncios y folletos turísticos,
fue usado por los milicianos para despeñar a docenas de “enemigos del pueblo”.
En
Barcelona, por los registros del Hospital Clínico, usado como depósito de
cadáveres, se conocen los más de seis mil asesinados entre el 18 de julio y el
9 de septiembre. Por lo que se refiere a Madrid, Clara Campoamor, diputada
republicana (1931-1933) que consiguió la aprobación del derecho de sufragio
para las mujeres, fue testigo de las “espeluznantes ejecuciones en masa”
efectuadas en la Casa de Campo, la Pradera de san Isidro y las carreteras
cercanas: “El gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos
tumbados en los alrededores de la ciudad”. Éste fue el motivo por el que la muy
republicana Campoamor se apresuró a huir de la España republicana, aunque hoy
la propaganda izquierdista difunda que huyó de Franco.
La
mayor matanza colectiva, digno antecedente de otras como la de Katyn, ocurrió
en el pueblo de Paracuellos de Jarama (Madrid), donde fueron asesinadas, según
los cálculos más bajos, 2.500 personas, cincuenta de ellas adolescentes, en
noviembre de 1936. Y el cementerio de Aravaca, donde reposan los cuerpos, la
mayoría de ellos sin identificar, de más de ochocientas personas allí
asesinadas durante varios meses. Entre los fusilados de Paracuellos y Aravaca
destacan el pensador monárquico Ramiro de Maeztu, el dirigente falangista
Ramiro Ledesma y el dramaturgo Pedro Muñoz Seca. Uno de los principales
responsables de estas matanzas en masa, el dirigente comunista Santiago
Carrillo, se benefició de un indulto general concedido por Franco en 1969 y
participó como diputado en la elaboración de la Constitución de 1978.