29.3.24

Matanzas de civiles indefensos. Veamos

 

 

Las masacres cometidas en retaguardia fueron el factor principal de la progresiva pérdida de apoyo de unas potencias occidentales en principio recelosas ante un bando rebelde apoyado por Mussolini y Hitler. “Blood, blood, blood!” fueron las palabras que un asqueado Churchill espetó en Londres al embajador republicano Pablo de Azcárate. En su investigación La financiación de la guerra civil española, que mereció el Premio Nacional de Historia de 2013, José Ángel Sánchez Asiaín, presidente del Banco Bilbao Vizcaya y miembro de la Real Academia de la Historia, explicó que el espectáculo de los asesinatos, incendios y saqueos en Madrid y la huida a la zona rebelde de gran parte de la clase financiera y empresarial española fueron determinantes en la negativa del mundo financiero extranjero a conceder créditos al Gobierno republicano, como ya había temido el presidente Alcalá-Zamora durante los caóticos meses frentepopulistas previos a la guerra. 

 

Consciente de este grave problema, al enterarse de la matanza de la cárcel Modelo de Madrid, perpetrada el 22 de agosto de 1936 a dos kilómetros de la sede del Gobierno, Indalecio Prieto exclamó: “La brutalidad de lo que aquí acaba de ocurrir significa, nada menos, que con esto ya hemos perdido la guerra”. En esa matanza de varias decenas de presos cayeron, junto a algunos militares detenidos por su participación en la rebelión, otros militares inocentes y varios diputados derechistas y republicanos moderados, algunos de los cuales estaban en ella como medida de protección sugerida por las mismas autoridades republicanas. El más destacado fue Melquíades Álvarez, expresidente del Congreso, fundador del Partido Republicano Liberal Demócrata, republicano y masón.

 

En Málaga, las izquierdas asesinaron a 3.406 personas entre mediados de julio de 1936 y principios de febrero de 1937

 

Algo similar sucedió el 25 de septiembre y el 2 de octubre en el puerto de Bilbao a bordo de los barcos-prisión Cabo Quilates y Altuna Mendi. Con la excusa de la ira popular debida a unos bombardeos, los milicianos y marineros izquierdistas asesinaron a más de un centenar de presos, la mayoría de los cuales fueron arrojados al agua. Uno de ellos fue el exdiputado liberal Gregorio Balparda, encarcelado por negarse a participar como abogado en juicios amañados contra los militares sublevados. Tres meses más tarde, el 4 de enero, fueron asesinadas en las cárceles de Bilbao cerca de trescientas personas, bastantes más que las víctimas del bombardeo de Guernica, si bien no tuvieron un Picasso que las inmortalizase. Lo que más horrorizó al peneuvista Telesforo Monzón, consejero de Gobernación del gobierno autónomo, no fueron los asesinatos, algunos de ellos previa tortura, sino el posible eco exterior: “¡Qué dirán de nosotros los ingleses!”. En otro barco-prisión, el Alfonso Pérez, anclado en Santander, fueron asesinadas 156 personas el 27 de diciembre de 1936, también con la excusa de una represalia por un bombardeo nacional previo que había provocado varias decenas de víctimas civiles.

 

Estas matanzas, sin embargo, fueron calderilla en comparación con lo sucedido en otros lugares. En Málaga, por ejemplo, de julio de 1936 a febrero de 1937 fueron asesinadas 3.406 personas, meticulosa cuenta compuesta por Antonio Nadal Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga (La guerra civil en Málaga, 1993). Entre esos asesinados hubo militares, civiles y religiosos, la mayoría de los cuales, como en los casos de Santander y Bilbao, no habían participado en el Alzamiento. La represión de los vencedores en Málaga, entre 1937 y 1940 causó más de 2.500 muertos, muchos de ellos implicados en las matanzas anteriores. Mientras honran a éstos, los partidos de izquierda se oponen a cualquier homenaje a los primeros. En la cercana Ronda, su famoso tajo, que aparece en tantas películas, anuncios y folletos turísticos, fue usado por los milicianos para despeñar a docenas de “enemigos del pueblo”.

 

 

 

En Barcelona, por los registros del Hospital Clínico, usado como depósito de cadáveres, se conocen los más de seis mil asesinados entre el 18 de julio y el 9 de septiembre. Por lo que se refiere a Madrid, Clara Campoamor, diputada republicana (1931-1933) que consiguió la aprobación del derecho de sufragio para las mujeres, fue testigo de las “espeluznantes ejecuciones en masa” efectuadas en la Casa de Campo, la Pradera de san Isidro y las carreteras cercanas: “El gobierno hallaba todos los días sesenta, ochenta o cien muertos tumbados en los alrededores de la ciudad”. Éste fue el motivo por el que la muy republicana Campoamor se apresuró a huir de la España republicana, aunque hoy la propaganda izquierdista difunda que huyó de Franco.

 

La mayor matanza colectiva, digno antecedente de otras como la de Katyn, ocurrió en el pueblo de Paracuellos de Jarama (Madrid), donde fueron asesinadas, según los cálculos más bajos, 2.500 personas, cincuenta de ellas adolescentes, en noviembre de 1936. Y el cementerio de Aravaca, donde reposan los cuerpos, la mayoría de ellos sin identificar, de más de ochocientas personas allí asesinadas durante varios meses. Entre los fusilados de Paracuellos y Aravaca destacan el pensador monárquico Ramiro de Maeztu, el dirigente falangista Ramiro Ledesma y el dramaturgo Pedro Muñoz Seca. Uno de los principales responsables de estas matanzas en masa, el dirigente comunista Santiago Carrillo, se benefició de un indulto general concedido por Franco en 1969 y participó como diputado en la elaboración de la Constitución de 1978.